Los grandes que juegan como chicos

Boca e Independiente no le jugaron a Talleres como equipos poderosos, sino todo lo contrario. Y confirmaron que parte del mérito del equipo cordobés es haber generado precisamente eso: un respeto capaz de merecer ese juego austero de rivales calificados.

La experiencia de Talleres en el tramo final del campeonato le puso luz a una situación que ilustra la realidad del fútbol nacional: las canchas son cada vez más lindas, pero se juega mal y hay pocos partidos atractivos, porque muchos entrenadores diseñan sus estrategias desde el miedo, apoyados en jugadores que entienden el juego desde el esfuerzo y el “no error” que les impone el sistema.

Todos corren y muy pocos se animan a resolver los partidos apostando por la unidad básica y elemental que tiene este deporte: el pase. A partir de la calidad del pase, un equipo comprende y desarrolla el sentido de la movilidad, activa su aspecto creativo, se anticipa al rival, lo exige, lo abre, lo desequilibra y, finalmente, enriquece su fútbol con la técnica, de la que tanto orgullo sentimos.

Pero no hay pase, sino cerrojos, contención, limitaciones y destrucción. Ver cómo le jugaron Boca e Independiente a Talleres, abre la puerta a un debate profundo: si dos de los clubes más grandes del país y de la región, con vitrinas llenas de trofeos y decenas de títulos que los prestigian, no son capaces de cruzar la mitad de la cancha…. O peor aún, juegan a no cruzar la mitad de la cancha porque creen que ése es el fútbol adecuado ¿Qué le queda a los que no tienen ni un tercio de sus presupuestos, jamás podrían darse el lujo de sacarle jugadores a los demás y no les alcanza para hacer contrataciones rutilantes?

El fútbol argentino es esto que vemos. Salvo River, que le debe a todo el mundo pero al menos arma buenos equipos, y alguno más (Talleres, Defensa y Justicia, Colón, Godoy Cruz…), el torneo argentino tiene un promedio de nivel de juego que no supera la mediocridad y nivela siempre para abajo. ¿Cuántos penales se hacen en los córners? En los entrenamientos, ¿los defensores practican sistemas de marca (pelota / hombre / espacio) o se limitan a ensayar tomas de judo? No es broma: ¿qué pasará cuando un árbitro se atreva a cobrar los 20 penales que hay en cada partido? Seguramente, lo mandarán al freezer porque “quiso ser protagonista”…

En parte, se discute tanto sobre aspectos menores, como alguna jugada puntual, porque no hay argumentos para ganar excediendo a la influencia de los arbitrajes. Esto no tiene nada ver con la justicia, o la necesidad de convivir con la injusticia, sino que se cuentan monedas para construir méritos. Entonces, aparece Talleres. Vertical, atrevido, con extremos que ganan en el mano a mano, con marcadores de punta que parecen delanteros. Que juega yendo al frente acá y donde sea. Pero se encuentra con adversarios que se sienten satisfechos entregándole el campo y la pelota, porque sencillamente no los quieren. O no saben qué hacer con ellos.

Dos jugadores de Independiente le ponen cerrojos a Valoyes, que terminó lesionado. El Rojo es hoy un equipo que está lejos de la mística de la era Bochini.

Sin plan B

Talleres cerró un año magnífico. Tendrá que trabajar sobre sus fortalezas, para enriquecerlas; y asumir sus debilidades para presentarse mejor respaldado, con más herramientas que le den libertades para decidir. Cualquiera que se le cerró atrás desnudó sus dificultades para intentar un plan B: lisa y llanamente, no lo tenía. Hoy, hasta luce como una medalla que Boca e Independiente le hayan propuesto un laberinto de encierros sin ponerse colorados.

Pero también hay que reconocer que uno y otro jugaron así casi todo el campeonato legitimando un espíritu de austeridad futbolística que, en algunos casos y momentos, pudo haber sido rentable en materia de puntos. A un precio conceptual altísimo, claro: el epidérmico Boca que iba al frente con la sangre hirviendo y el Rojo que emocionaba con las banderas del Bocha, sugieren pertenecer a una dimensión ajena inalcanzable, al punto tal que parecieran desmentir la historia.

Ante adversarios así y en situaciones decisivas, quedó la sensación de que Talleres se aferró demasiado a su libreto original y se quedó sin recursos para imaginar algo diferente. Le puso el alma y multiplicó la dosis de esfuerzo pero no tuvo la generación de juego que brota con jugadores de otro perfil, que aportan pausa y liderazgo. Esto no es un cuestionamiento a resultado visto, sino una lectura de una situación que se había visto en otros tramos del año y ahora tuvo notoriedad: sin carriles abiertos por afuera, sin jugadores intermedios con capacidad para correr menos e imaginar más, sin conexión entre los volantes distribuidores y los de arriba, el equipo cayó en la tentación de correr siempre. Así se volvió previsible y, por momentos, inofensivo. Correr no solucionó nada; por el contrario, se volvió un problema porque la falta de ideas lo condujo siempre hacia el embudo, donde lo esperaban.

Por eso, las imágenes finales nos proponen un juego de contrastes. El fútbol que intentó Talleres, alineado con la premisa de atacar, contra versiones igualmente válidas aunque muy diluidas, de rivales aterrados con la posibilidad de abrirse y cometer equivocaciones. Que quede claro: cada equipo tiene la facultad de jugar como mejor le parezca al entrenador, pero las precariedades de Boca e Independiente no son precisamente buenas noticias para un país futbolero que sigue creyendo que es el mejor del mundo.