La gente que llena la plaza

Copar los espacios públicos es una manera muy nuestra de testimoniar cómo nos mueven las causas populares. El ascenso de Belgrano pintó de celeste el firmamento de Córdoba y generó una saludable complicidad de hinchas de otros clubes, por la “sensación de justicia”.

Hace unos años (que son varios, pero no tantos) Córdoba disfrutaba del clima de fiesta en un partido de fútbol entre adversarios calificados, cuyas hinchadas tenían la generosidad de aplaudirse de forma recíproca. Se toleraban y se respetaban, incluso con admiración y complicidad. A la hora del juego, la rivalidad existía y todos querían ganar, por supuesto. Los goles se gritaban y brotaban los abrazos, pero no se producía la actitud denigrante que vemos hoy: hay personas en las tribunas que celebran provocando, agrediendo y/o burlándose de los adversarios. Es decir, desactivan la alegría suprema de un gol para reducirla al chiquitaje de invitar a alguien a pelear…

Belgrano e Instituto eran capaces de ofrecer fiestas increíbles, en una época en la que tenían vigencia las palabras respeto, pudor, vergüenza y paciencia, hoy tachadas de los diccionarios porque pareciera que la vida solo tolera a los que ganan y el que piensa diferente debe ser destruido. Antes, durante y después, los estadios repletos tenían una efervescencia tremenda sin extraviar una regla de oro: los intereses futbolísticos contrapuestos jamás iban a mutar en la enemistad que se construye sobre el veneno destilado por la intolerancia y la ceguera.

Entonces, el fútbol era una editorial que nos ayudaba a pensar: a su modo y desde la composición social compleja que hay en una cancha, era posible que miles de personas fueran capaces de defender sus colores respetando el sentimiento de los otros. ¡Hasta se permitían el lujo de aplaudir a la otra hinchada, si la canción improvisada era ingeniosa! ¿Educación? ¿Mejores ejemplos? Sí, necesariamente….

Celestes en Alta Córdoba

El domingo 25 de septiembre quedará marcado en el almanaque, como el día de dos explosiones populares inolvidables. Belgrano puso de pie a propios y extraños, con su particular modo de relacionarse con la angustia, el sufrimiento y el peligro, para detonar el corazón de la mano de los goles que le permitieron ganar y ascender. Ganó 3-2 en Buenos Aires a Brown de Adrogué y se puso lejos del alcance de sus perseguidores en la segunda división argentina, a dos fechas del final: salud y retorno al círculo máximo. Justicia.

No es que los hinchas de Talleres salieron a festejar, más allá de que Belgrano y Talleres se necesitan y se retroalimentan, porque la presencia de uno es referencial para el otro. Sin embargo, la comunicación espontánea (y habitualmente contaminada) que se ventila en las redes sociales dejó ver muchos saludos cruzados, alentando la llegada de buenos tiempos para ambos desde una rivalidad que los exigirá a ser mejores. Nunca serán indiferentes y podríamos pasarnos horas y horas escarbando en el ADN de uno y otro para aceptar que, en definitiva, tienen muchas más similitudes que diferencias.

Ni mejor ni peor, ni más grande ni más chica, Instituto entró en el mapa dominguero con una puesta en escena impresionante, para hacer suyo un partido imprescindible (ganó 1-0 a Temperley) y quedar bien posicionado para acompañar a Belgrano en el viaje al fútbol mayor.

Consumado el ascenso de los celestes que, al mismo tiempo, frustraba la posibilidad de que la Gloria pudiera subir de la manera directa, Alta Córdoba dio otra muestra de fuerza y color con casi 30 mil almas metiendo fuego y pasión para renovar el amor incondicional por una camiseta. ¿Cuántos clubes pueden sentir semejante orgullo? Es más: el ascenso de Belgrano reforzó el sentido de pertenencia de Instituto y allá fueron todos para convertir el Monumental en un teatro desbordante de cantos, lágrimas y alegría.

En los pasillos, en las esquinas, los hinchas de Instituto sacaban pecho, felicitaban a Belgrano y se abrazaban a la ilusión de compartir el camino el año que viene. A la tarde, cuando uno ya se sabía en Primera División y el otro respiraba hondo para seguirle la huella, las banderas celestes flameando en alguna esquina, o en un auto a la pasada a un par de cuadras de Alta Córdoba, no fueron una ofensa ni una provocación, sino lo que son y deben ser: un testimonio de amor, que mereció tolerancia, respeto y hasta algún saludo a la pasada.

Hay que gritar mucho estos goles para que los escuchen desde Buenos Aires ¿Será que el fútbol nos muestra el camino? El gesto de convivencia es un capital y una señal: la gente que llena la plaza lo hace y lo hará, desde la certeza de que siempre será más fácil salir y crecer si lo intentamos todos juntos.