San Jerónimo es sinónimo de barrio Alberdi

La historia de ese sector de la ciudad de Córdoba está arraigada a la confluencia de culturas y nacionalidades que encontraron en su parroquia un lugar de albergue y contención. El padre Saravia cuenta detalles de este fenómeno.

Informe Prensa de Gobernación.

San Jerónimo tiene tal relevancia en Alberdi que dos templos y un cementerio llevan su nombre. San Jerónimo es sinónimo de Alberdi: uno de los barrios más emblemáticos, y con mayor riqueza y diversidad cultural de la Capital.

El párroco del templo (también llamada sede parroquial) que colinda con la necrópolis es Horacio Saravia. Un jujeño que llegó a estas tierras en su adolescencia y, desde hace cuatro décadas, protege la imagen y el legado de San Jerónimo en Córdoba. En los dos templos: el mencionado y en la sede de calle La Rioja, a unas cuadras de allí.

Saravia conserva su tonada norteña y su acento marcado. Habla con la firmeza del que conoce y está instruido sobre un tema; y no duda en afirmar que San Jerónimo era un hombre duro, de personalidad recia e intransigente ante quienes dudaban de su conocimiento sobre las sagradas escrituras. “Él fue quien tradujo la biblia al latín”, recuerda.

San Jerónimo nació en la zona de los Balcanes, en un territorio que hoy le pertenecería a Croacia. Su vocación hacia el llamado divino se basó en la influencia que tuvo de la palabra de Dios. Era un verdadero especialista en la interpretación de la biblia.

El fundador de la Ciudad, Jerónimo Luis de Cabrera, lo nombró patrono de Córdoba en un “acto de egolatría”, según reconoce el sacerdote, fundamentado en el hecho de que compartían el nombre. Por aquellos tiempos, cuando se fundaba una nueva ciudad, era tradición asignar un patrono para que protegiera y asegurara el porvenir de la flamante urbe.

Alberdi, un crisol de almas y banderas

Alberdi es mucho más que un barrio. Su solo nombre remite a historia, gestas patrióticas, políticas, deportivas y luchas por derechos posteriormente consagrados.

En sus calles, pasajes y pasadizos, confluyen habitantes de diversas nacionalidades, etnias y culturas. Lo que nació como barrio “La Toma” se convirtió en el refugio de miles de inmigrantes que ocuparon sus tierras en busca de un espacio donde radicarse y echar raíces.

La sede parroquial de San Jerónimo es un ejemplo de lo que sucede en las arterias del barrio: es un lugar en el que se congregan los distintos pueblos originarios (descendientes de comechingones y devotos a la Virgen Comunera), y los grupos de pobladores trabajadores de países como Perú, Bolivia, Haití o Venezuela que encontraron en esta zona un sector en el cual afincarse.

Desde la calle Deán Funes hasta el río Suquía, Alberdi está lleno de personas descendientes de comechingones, y de otras nacionalidades. Aquí (por el templo) vienen fieles de barrio Villa Páez, Alberdi, Alto Alberdi y Marechal. La iglesia da contención a todos”, explica el párroco.

Como todos profesan la religión católica, el templo resulta un espacio de comunión para que puedan rendirle culto a cada una de las advocaciones de la virgen local. Dentro de la sede, se ubican espacios para cada una de ellas. Alberdi, al igual que su capilla, es un barrio generoso y abierto a receptar.

San Jerónimo, patrono de una Ciudad, guardián de toda una barriada que no conoce de banderas, lo observa y lo acompaña. El sacerdote es celoso de sus secretos para con él. Entre ellos, parece haber complicidad. Parece existir una relación de confianza. De esas que no conocen de tiempo. Que se forjan entre almas que unieron su destino más allá de los asuntos terrenales.

Saravia confiesa que ama este lugar, que si bien hizo su seminario en Córdoba, su verdadera formación como sacerdote la hizo junto a la gente, y a que a San Jerónimo le debe varias “gauchadas”. No cuenta cuáles. Se lo reserva. Este año cumplirá 41 años al frente de sus parroquias. Cuida su legado y resguarda su patrimonio: religioso y cultural. Los vecinos lo reverencian, lo invocan con respeto. Saravia es un referente social para su gente.

San Jerónimo, patrono de una Ciudad, guardián de toda una barriada que no conoce de banderas, lo observa y lo acompaña. El sacerdote es celoso de sus secretos para con él. Entre ellos, parece haber complicidad. Parece existir una relación de confianza. De esas que no conocen de tiempo. Que se forjan entre almas que unieron su destino más allá de los asuntos terrenales. Que perduran por décadas y se extienden dentro de las fronteras invisibles de un barrio inundado de historias que contar. Y preservar.